Racismo: un bulo antiguo que sigue discriminando hoy

Karlos Castilla

Karlos Castilla

Coordinador de investigación del Institut de Drets Humans de Catalunya, integrante del Consejo de SOS Racisme Catalunya y profesor asociado de la Universitat Pompeu Fabra. Integrante del GESDI-UB y CER-M

Desde 1966 por iniciativa de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial se conmemora el 21 de marzo de cada año. Se escogió ese día porque en la misma fecha de 1960, la policía abrió fuego y mató a 69 personas en una manifestación pacífica contra la ley de pases del apartheid que se practicaba en Sharpeville, Sudáfrica. Una ley que establecía un sistema para controlar el movimiento de las personas negras, quienes requerían llevar un documento (pase) que autorizara su presencia en áreas restringidas.

Pero no fue ese día, ni en ese lugar donde se creó la falsa idea de las razas humanas y el racismo. El racismo ha tenido muchos orígenes y se define de muchas maneras, aunque todos sus promotores a lo largo de la historia han impulsado y sembrado la creencia de la pureza racial y la superioridad genética como justificación para cometer abusos, esclavizar, colonizar y discriminar a quienes no tienen idénticas características personales a las que ellos tienen, como la pigmentación de la piel, el color de los ojos, la ascendencia, la altura, etc. Siendo la “raza blanca” la que mayoritariamente ha sido colocada en la cúspide de todas las clasificaciones impulsoras del racismo.

Sin que haya coincidencia plena, se considera que las bases del racismo se encuentran a finales del siglo XV con los estatutos de limpieza de sangre que sirvieron a la Monarquía Hispánica para excluir a toda persona que no descendiera de padres que pudieran probar ser “cristianos puros”. Esos estatutos también sirvieron para implantar el sistema de castas del Imperio español en América como instrumento para asegurar la preeminencia social de los colonizadores nacidos en Europa. Así, a partir de esas invenciones sin sustento, con el único fin de la preeminencia y la superioridad de unos cuantos, siempre con el respaldo del uso de la fuerza y el poder coercitivo, se crearon los linajes en Francia, se replicaron los modelos de preeminencia europea en todos los lugares que colonizaron y se justificó, entre otras cosas, la esclavitud.

Los procesos de abolición de la esclavitud no sirvieron para poner fin al racismo, ya que mientras estos se desarrollaban, en el mismo siglo XIX se hacían esfuerzos para no separar la biología de la cultura, para vincular el desarrollo humano y de las civilizaciones a la suma de lo histórico y lo natural por medio de la raza. Los fundamentos de esto se atribuyen casi de manera unánime a Arthur de Gobineau con su Ensayo sobre la
desigualdad de las razas humanas.
Siendo él el creador moderno del mito de la pretendida superioridad biológica, que nadie ha sido capaz de demostrar, y que él, sin basarse en ningún dato pretende demostrar que la decadencia de las civilizaciones se debe a la mezcla de las razas, y que todos los progresos de la humanidad se deben a la obra de unos cuantos arios (Cavalli-Sforza,1994). La raza superior eran los alemanes, pues según Gobineau eran los descendientes más puros de un pueblo mítico: los arios.

Estas ideas esparcidas en un mundo donde el colonialismo europeo se mantenía muy presente, permitieron consolidar una ideología abiertamente estigmatizadora de las “razas” (racista), ampliamente aceptada en la cultura occidental, tal y como nos lo confirman los lentos procesos de abolición de la esclavitud, los diversos actos de segregación, los zoológicos humanos, el antisemitismo, el apartheid y muchos más actos de discriminación que hoy se mantienen presentes a pesar de su prohibición o el reconocimiento de la igualdad en prácticamente todos los sistemas jurídicos del mundo.

Ni siquiera las conclusiones de genetistas y biólogos respecto a la inexistencia de las razas humanas, de la imposibilidad biológica de la pureza racial o de lo infundado de la superioridad genética han logrado revertir el bulo del racismo expandido económica, política, social y culturalmente por más de seis siglos. Lo cual, tampoco puede sorprender mucho, cuando lleva esos mismos siglos consolidándose el privilegio y superioridad de unos, que no tan fácilmente están dispuestos a poner en duda las razones de su privilegio, y menos, a perderlo con el fin de terminar con la opresión, desventaja y prejuicios que recienten otros.

Del comportamiento humano, en los primeros años de vida, parece evidente que nadie nace racista sino que es el desarrollo e interacción social el que crea, enseña y transmite el “nosotros” y “ellos”. Es por medio de muy diversas interacciones sociales como el bulo del racismo se transmite y entra en nuestras vidas, muchas veces sin darnos cuenta, otras dándonos cuenta porque a algunos ya nos va bien, y unas tantas más normalizándolo al nunca preguntarnos: “¿Por qué yo, y los que se parecen a mí, tenemos esta situación más aventajada que no tienen quienes son diferentes a mí?”. Y es ahí donde está una de las principales razones por las cuales el racismo sigue muy presente en nuestras sociedades en el siglo XXI, porque se niega su existencia, porque negamos ser racistas, ya que no insultamos y solo repetimos tradiciones. 

El fin del racismo no está únicamente en su prohibición o castigo por medio de leyes. Si eso fuera suficiente, hoy todo sería diferente, ya que después de la Declaración Universal de Derechos Humanos que en su artículo 2 reconoció, sin distinción alguna de raza, todos los derechos y libertades proclamados en esa Declaración a toda persona; el primer tratado de derechos humanos aprobado en Naciones Unidas en 1965 fue la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racialla cual ha sido ratificada para el año 2023 por 182 países en el mundo (no la han firmado ni ratificado: Brunei Darussalam, Cook Islands, Democratic People’s Republic of Korea, Kiribati, Malaysia, Micronesia, Myanmar, Niue, Samoa, South Sudan, Tuvalu y Vanuatu). Además de que, prácticamente todos los textos constitucionales en el mundo y los tratados de derechos humanos aprobados en Naciones Unidas y en los sistemas regionales africano, americano y europeo, incluyen cláusulas idénticas a la antes mencionada de la Declaración Universal.

Pero no solo eso, en 1978 se aprobó también la Declaración sobre la raza y los prejuicios raciales, en la que se establece que: “todos los seres humanos pertenecen a la misma especie y tienen el mismo origen”; y se pone especial énfasis en señalar que: “toda teoría que invoque una superioridad o inferioridad intrínseca de grupos raciales o étnicos que dé a unos el derecho de dominar o eliminar a los demás, presuntos inferiores, o que haga juicios de valor basados en una diferencia racial, carece de fundamento científico y es contraria a los principios morales y éticos de la humanidad.”

Sin olvidar por supuesto que muchas leyes nacionales recogen la prohibición de la discriminación racial o prevén su sanción penal como parte de los delitos y discurso de odio. Tan solo en el Estado español hay más de una docena de leyes que lo hacen, sin contar las más de quince leyes vigentes en Catalunya que recogen expresamente aspectos relacionadas con la prohibición del racismo, el fomento de la diversidad o las discriminaciones múltiples, en ámbitos como la infancia, adolescencia y juventud, las administraciones públicas, las personas inmigradas, la educación, la vivienda, la ordenación sanitaria, los espectáculos públicos y actividades recreativas, la comunicación audiovisual, la publicidad oficial, las universidades, la paz, la policía de la Generalitat y las policías locales.

Con lo que claramente el racismo no se terminará con una nueva ley que recoja en un solo compendio todos los derechos, principios y prohibiciones existentes, pues si existiera voluntad dentro y fuera de las instituciones por revertir todo lo que el bulo del racismo ha sembrado en la historia y presente de la sociedad, normas jurídicas ya hay de sobra para trabajar en ello.

Aunque también es cierto que en todo sistema legal en la actualidad el gran reto de los márgenes del racismo está en las leyes de migración y/o extranjería, pues las distinciones, exclusiones, restricciones o preferencias que hagan los Estados entre ciudadanos y no ciudadanos están autorizadas por las normas de derechos humanos (como ejemplo,  el artículo 1.2 de la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial). A pesar de que, justamente en esa categorización, está presente parte fundamental del núcleo del racismo en la historia. Por lo que en este ámbito, no se debe dar por válida per se cualquier distinción, exclusión, restricción o preferencia, en todo caso deben ser analizadas de manera estricta para comprobar que están basadas y justificadas en razones de mucho peso (Castilla Juárez, 2018).    

El verdadero cambio para poner fin al racismo implica cambios sociales y culturales, que empiezan en cada persona, familia, grupo y país. No por la fuerza de las leyes, sino por el convencimiento del sentido de humanidad. No sembrando nuevas diferencias entre el “nosotros” y “ellos”, sino respetando el derecho a ser diferentes, la diversidad de las formas de vida y características personales que intrínsecamente nos acompañan. No por el insulto al privilegio y el menosprecio a la opresión que cierran las oportunidades de diálogo, sino por la invitación desde la igualdad a la reflexión de cómo los privilegios de unos tienen su base en la opresión racista de otros.

Un buen inicio, para lo anterior, siempre estará en cuestionar los prejuicios raciales que se nos han transmitido (los X son así, los X comen insectos); las frases cotidianas que consiente o inconscientemente menosprecian o nutren los prejuicios (trabajo como un X, va como un X por la vida); las prácticas institucionalizadas que han provocado discriminación y desigualdad racial estructural (esclavitud, colonización, segregación, etc.); las razones culturales por las que nos creemos superiores por nuestras características personales (los X son tontos porque no hacen…) o por qué creemos que es gracioso o un buen insulto comparar a personas con animales o resaltar negativamente una característica que tiene esa persona y no tenemos nosotros (pareces un mono, vete a tú país, etc.).

#CombatirElRacismo y la discriminación racial implica ser y hacer. Ser conscientes de que el racismo es uno de los bulos más antiguos de la historia humana y, por tanto, hacer todo lo posible para que eso se conozca. Ser conscientes de que aunque lo neguemos, tenemos cargas racistas en nuestra cultura, formación e interacción social y, por tanto, hacer una revisión de nuestros prejuicios, creencias y tradiciones nos aportará maneras distintas de entender nuestra sociedad y los privilegios que hay en ella. Ser conscientes que es incompatible con las exigencias de un orden internacional justo y respetuoso de los derechos humanos toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en la raza, el color, el origen étnico o nacional, o la intolerancia religiosa motivada por consideraciones racistas y, por tanto, hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que esos actos no se consientan, no se repitan, no queden impunes y no se normalicen en nuestras sociedades, pues eso perpetúa el racismo. 

Un buen inicio es pasar de no ser racista a ser antirracista.

 

Trabajos citados:

Castilla Juárez, K. (2018). ¿Detención por motivos migratorios? Respuestas desde los derechos humanos para España y México. Tirant lo blanch.

Cavalli-Sforza, L. (1994). Quienes somos. Historia de la diversidad humana. Barcelona: Drakontos.

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